¿Dónde se fueron todos los terceros espacios?
- Yurani Cubillos

- Nov 18
- 6 min read
Esta semana, Yurani Cubillos, la maravillosa artista, narradora visual y socia de redes orgánicas de Healing Bells, comparte reflexiones profundas sobre la pertenencia, la conexión y los terceros espacios. Encontrar espacios para pertenecer y conectar está profundamente ligado a la empatía y la compasión. Es a través de conectarnos con otras personas, en nuestra humanidad completa, que accedemos a nuestros sentimientos de empatía y a las acciones de compasión. Al colaborar, construimos el apoyo y la solidaridad necesarios para seguir actuando con compasión.

Cada vez que quiero reunirme con mis amigas o amigos, parece que primero tengo que comprar algo: un café, una bebida, una entrada. Conectarse se ha vuelto caro. En esta economía, donde la soledad se siente como otra epidemia silenciosa, no puedo evitar preguntarme: ¿a dónde se fueron todos los terceros espacios? Esos lugares donde podíamos simplemente estar, sin comprar nada, sin fingir, sin presión.
Antes existían lugares que nos invitaban a entrar sin pedir nada a cambio. Parques donde la gente jugaba dominó, centros comunitarios que abrían hasta tarde, rincones de bibliotecas que se convertían en círculos de cuentos. En algún punto, nuestros espacios comunes desaparecieron, reemplazados por lugares que sirven a consumidores, no a comunidades. Y, sin embargo, lo que nos falta no es otro café ni otro evento. Es pertenecer. Es la posibilidad de llegar sin un propósito fijo, sentarnos junto a alguien y sentirnos parte de algo más grande que nosotros mismos.
¿Qué son los terceros espacios?
El sociólogo Ray Oldenburg acuñó el término tercer lugar para describir los espacios que existen entre el hogar (nuestro primer lugar) y el trabajo (el segundo). Son los puntos de encuentro cotidianos: parques, bibliotecas, plazas, centros comunitarios, porches, salones de belleza, barberías y cafés donde la gente puede reunirse, conversar, descansar y conectar fuera de sus rutinas o roles.


Los terceros espacios son donde la comunidad respira.
Son los lugares donde intercambiamos ideas, compartimos comida, damos consejos y construimos relaciones que no se basan en transacciones. Nos recuerdan que pertenecer no es algo que se gana; es algo que se practica.
En algún momento, la idea de reunirnos fue reemplazada por la de consumir. Nos dijeron que la vida nocturna y el ruido podían sustituir la conexión, que podíamos comprar la sensación de pertenecer. Pero he aprendido que los momentos más significativos no ocurren bajo luces parpadeantes, sino en los rincones tranquilos, en las pausas suaves, en los instantes no planeados entre personas que deciden mostrarse unas para otras.
Últimamente, esos espacios se sienten más difíciles de encontrar. Incluso los que solían ser gratuitos—parques, plazas públicas, bibliotecas—a menudo están sin fondos, vigilados o privatizados silenciosamente. Y para muchos, esa pérdida no es solo física; es emocional.
Incluso nuestros espacios públicos muchas veces no están diseñados para reunirnos.
Muchos parques tienen poca sombra o asientos, y en los días calurosos, estar afuera se siente más agotador que reparador. Los parques bien cuidados suelen pertenecer a comunidades cerradas o desarrollos privados, no a la gente que más los necesita.
Vivo cerca de la playa, y aunque sé que muchas personas encuentran allí paz y alegría, he aprendido que no es mi tercer espacio. No soy una chica de playa; la arena, el ruido y el constante movimiento de vendedores y turistas pueden resultar abrumadores. Es un recordatorio de que no todos los espacios “públicos” son accesibles para todos los cuerpos ni todas las sensibilidades. Incluso en lugares pensados para todos, no siempre nos sentimos en casa.

Aun así, he notado que personas como yo siguen encontrando maneras de recrear estos espacios. Participo en un encuentro virtual mensual llamado Community Gathering Space, organizado por la Dra. Hayley Haywood, un espacio sagrado donde mujeres y personas feminizadas de color se reúnen en busca de soulfillment. Incluso a través de una pantalla, se siente como un aterrizaje suave, un lugar donde nuestras historias y espíritus se encuentran, donde el descanso y la reflexión son honrados.

Más cerca de casa, mi librería local, Mairel’s Bookstore, se ha convertido en otro tipo de refugio. Sean, el dueño y un querido amigo, la ha transformado en un santuario de creatividad, descanso y conexión. Es uno de los pocos lugares donde puedo entrar sin sentir que tengo que comprar mi pertenencia, donde la conversación fluye tan libremente como el café, y la comunidad florece entre los estantes.
Y a veces, el tercer espacio es simplemente mi sala. Reúno a mis amigas para compartir bocadillos y collages, o simplemente nos sentamos juntas en el sofá: sin estructura, sin agenda, solo ser. Esos momentos pequeños y silenciosos me recuerdan que los terceros espacios no tienen que ser grandes ni públicos. Pueden nacer de la intención, del cuidado y del coraje de invitar a otros a entrar.
Tal vez los terceros espacios nunca desaparecieron; tal vez solo estaban esperando que los reimagináramos. ¿Y si comenzáramos a ver la conexión como una responsabilidad colectiva en lugar de un lujo?
No podemos seguir esperando a que alguien más construya estos lugares por nosotros. Empiezan con gestos pequeños: una invitación abierta, una comida compartida, una conversación que se queda un rato más. En un mundo que obtiene ganancias de nuestro aislamiento, crear espacios de pertenencia es un acto radical de cuidado.
Así que esta es mi invitación, para ti, para mí, para todas y todos:
Reunámonos de otra manera.
Volvamos unos a otros.
Hagamos espacio para una forma de estar juntos que no cueste nada.
“El desarrollo de una vida pública informal depende de que las personas se encuentren y disfruten unas de otras fuera del vínculo del dinero.”
— Ray Oldenburg

Preguntas frecuentes
¿Qué son los terceros espacios?
Los terceros espacios son los lugares que existen entre la casa y el trabajo. Son parques, bibliotecas, centros comunitarios, plazas, librerías y salas donde podemos reunirnos sin tener que comprar nuestra pertenencia. Guardan los rituales silenciosos de ser humanas juntas. Son el lugar donde la comunidad respira y donde la pertenencia se practica, no se compra.
¿A dónde se fueron los terceros espacios?
Muchos de los lugares que antes nos recibían con puertas abiertas han desaparecido poco a poco. Algunos se han privatizado, otros están subfinanciados o diseñados para consumidores y no para comunidades. Reunirnos se convirtió en consumir, y la conexión se siente costosa en una economía donde la soledad crece en silencio. Aun así, los terceros espacios no han desaparecido. Se están reimaginando en pequeños círculos, santuarios virtuales, librerías locales y salas donde la presencia vuelve a ser el centro de nuestra pertenencia.
¿Por qué los terceros espacios son importantes para la pertenencia y la conexión?
Los terceros espacios nutren las partes de nosotras que buscan cuidado, descanso y compañía. Nos invitan a llegar sin presión ni rendimiento. En ellos, la empatía se vuelve posible, la compasión se vuelve acción y la solidaridad se vuelve una práctica compartida. Nos recuerdan que la pertenencia es una necesidad humana, no una transacción.
¿Qué desafíos enfrentan las personas al buscar espacios comunitarios gratuitos?
Muchos espacios públicos que antes ofrecían apertura ahora se sienten inaccesibles. Algunos parques no tienen sombra ni asientos, las bibliotecas trabajan con recursos limitados y las playas o plazas pueden sentirse sobreestimulantes o comercializadas. Incluso cuando un espacio es técnicamente público, no todos los cuerpos o temperamentos se sienten bienvenidos. Esta pérdida emocional refleja la física, dejando a muchas personas buscando lugares que las abracen.
¿Cómo se están recreando los terceros espacios hoy?
Las personas están recurriendo a encuentros intencionales y espacios creados por la comunidad. Círculos virtuales como Community Gathering Space ofrecen descanso y conexión. Santuarios locales como Mairel’s Bookstore dan refugio sin exigir una compra. Las salas se convierten en lugares suaves donde amigas se reúnen sin agenda. Estos espacios reimaginados crecen desde el cuidado, la invitación y el valor de volver unas a otras.


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